Cómo evitar ser una pérdida de dinero y tiempo para el paciente: basta una pregunta

Los procesos terapéuticos son un diálogo, un diálogo que debiera liberar.

Ese diálogo terapéutico se mueve entre preguntas y respuestas. Por lo regular, el psicólogo hace preguntas que el paciente procura responder.

Entre esas preguntas iniciales, hay una de importancia vital y tiene que ver con las consultas que ha hecho el paciente con otros terapeutas.

En ocasiones, el paciente no ha visto a ningún psicólogo ni psiquiatra con anterioridad. Entonces, lo que hacemos es darle paso a otras cuestiones que nos parezcan relevantes. Sin embargo, si la respuesta es positiva y el paciente sí ha tratado con otros profesionales de la salud mental antes que con nosotros, es preciso desmenuzar esa respuesta.

Es decir, ¿por qué el paciente no volvió con el profesional que lo trató antes?

¿Cuáles fueron los aciertos de dicho profesional?

¿Qué considera el paciente que lo ayudó en su proceso? ¿Qué no lo favoreció?

En base a la experiencia que el paciente vivió con el terapeuta anterior, ¿qué nos recomienda a nosotros para que la relación de terapia fluya y sea eficaz?

Es preciso responder todas esas preguntas junto al paciente y valorar sus respuestas, ya que podríamos cometer el error de repetir los errores del profesional que le atendió anteriormente y nunca llegaríamos a aportarle nada que le ayude a mejorar. Seríamos uno más, una cita más, una pérdida de tiempo y de dinero más.

Los problemas del paciente se resuelven con los recursos del paciente.

La inmensa mayoría de las personas mejora o se sana sola, sin la intervención de un profesional de la salud mental.

A veces recurren a los amigos, a sus iglesias o a sus costumbres.

Una minoría, al menos en países como este en el que vivo, un país “raro”, surrealista, visita al psicólogo o al psiquiatra. Cuando lo hace está al borde, ya no puede más con su situación y ha, supuestamente, agotado todos sus recursos.

Si el psicólogo lo atiende y, en medio o al final de la cita, le propone un listado de quehaceres que no nacen de la idiosincrasia del paciente, de sus habilidades naturales, de sus preferencias o hábitos, es probable que las recomendaciones del profesional terminen en nada y el paciente consiga menos con el profesional que lo que pudo conseguir con un amigo, que lo conoce mejor.

Se puede rebatir que ya el paciente viene haciendo lo mismo desde antes y eso no le ha servido, que lo que necesita es un cambio, integrar algo nuevo para que los resultados emocionales sean diferentes y positivos. Es cierto, sin embargo, cuando el paciente nos llega, atribulado, en la mayor parte de los casos, es porque ha roto con algo importante de su ser, con su autenticidad. A veces, se podrá notar, la persona está tan alejada de sí que ni siquiera se conoce, ya no sabe quién es.

Una búsqueda interesante, para el terapeuta y para el paciente, es tomar el camino de la identidad del que busca ayuda, saber quién es, sus gustos, sus preferencias, sus defectos y, luego, por ahí, dar con lo que su alma necesita recordar y retomar para, luego, sanar y vivir una vida más plena.

El terapeuta no es la conciencia del paciente

Sanar, en un proceso de psicoterapia, es enlazar la conciencia con su significado.

Esto no es fácil.

La gente vive, hoy más que nunca, ajena a lo que le dice su conciencia y más pendiente de lo que les dictan las modas y los influencers.

Llegan a la consulta conociendo más de la vida de las personas que sigue en las redes sociales que de lo que hay en su interior.

Y lo que hay en su interior se manifiesta como sufrimiento, como depresión o ansiedad. El corazón de la gente grita de dolor porque su dueño está perdido en un mar de deseos que no le son propios, es decir, anhelos que no le dan ningún significado porque no son suyos, porque no tienen nada que ver con su misión en la vida, con sus talentos.

Cuando la persona sana, reencuentra la brújula que tiene en su interior, la escucha y se deja orientar por ella. Mientras esto no sucede, va de un lado para el otro, vacío, enfermo, aparentando.

El terapeuta no es la conciencia del paciente.

Por eso su misión no es dictarle normas y estrategias, sino llevarlo de la mano para que entre en contacto con su ser auténtico. De allí saldrán las soluciones y las curas, de ese lugar extraño, distante al que llamamos conciencia.

El paciente libre y el paciente que vuelve

Muchas personas, cuando piensan en el psicólogo, en su lugar de trabajo y en sus consultas, les viene la imagen del hombre mayor, enfrascado en saco y corbata que, desde detrás del diván en donde el paciente descansa y habla con soltura, toma notas y escribe frases oscuras. El psicoanálisis está tan enraizado en nuestras psiques que no vemos otra manera de ejercer el oficio de psicólogos que no implique ese marco de referencia. Los mismos psicólogos, cuando salen de las facultades, buscan materializar ese mito del paciente que, sesión tras sesión, se desahoga sacando de su interior todo lo que reprime en su diario vivir.

Uno de los problemas fundamentales de este enfoque y de su práctica es que, el paciente de hoy, va a una o dos sesiones y no vuelve.

En teoría, el paciente que se psicoanaliza nunca termina de hacerlo porque el yo es un barril sin fondo. Sin embargo, muchos profesionales de la salud mental no quieren tener pacientes libres, sino esclavos que vuelven a ellos semanal o mensualmente, que le pagan por ello y que no pueden escapar de sus problemas ni de la necesidad de que otro —en este caso, el terapeuta— les ayude a llevar sus cargas.

En mi experiencia, el paciente bueno es el que nunca renuncia a su libertad y tiene el valor de tomar del terapeuta lo que necesita para seguir volando, es decir, viviendo. Un paciente que vuelve indefinidamente y nunca encuentra fuerzas para hacer eso que se llama vivir, aunque produzca dinero, es un fracaso profesional del terapeuta.