Los problemas del paciente se resuelven con los recursos del paciente.

La inmensa mayoría de las personas mejora o se sana sola, sin la intervención de un profesional de la salud mental.

A veces recurren a los amigos, a sus iglesias o a sus costumbres.

Una minoría, al menos en países como este en el que vivo, un país “raro”, surrealista, visita al psicólogo o al psiquiatra. Cuando lo hace está al borde, ya no puede más con su situación y ha, supuestamente, agotado todos sus recursos.

Si el psicólogo lo atiende y, en medio o al final de la cita, le propone un listado de quehaceres que no nacen de la idiosincrasia del paciente, de sus habilidades naturales, de sus preferencias o hábitos, es probable que las recomendaciones del profesional terminen en nada y el paciente consiga menos con el profesional que lo que pudo conseguir con un amigo, que lo conoce mejor.

Se puede rebatir que ya el paciente viene haciendo lo mismo desde antes y eso no le ha servido, que lo que necesita es un cambio, integrar algo nuevo para que los resultados emocionales sean diferentes y positivos. Es cierto, sin embargo, cuando el paciente nos llega, atribulado, en la mayor parte de los casos, es porque ha roto con algo importante de su ser, con su autenticidad. A veces, se podrá notar, la persona está tan alejada de sí que ni siquiera se conoce, ya no sabe quién es.

Una búsqueda interesante, para el terapeuta y para el paciente, es tomar el camino de la identidad del que busca ayuda, saber quién es, sus gustos, sus preferencias, sus defectos y, luego, por ahí, dar con lo que su alma necesita recordar y retomar para, luego, sanar y vivir una vida más plena.

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