
Hoy en día asumo la definición de psicoterapia más breve que existe y que, quizás, se les deba a los terapeutas narrativos. Reza de la siguiente manera:
La psicoterapia es “una conversación para el cambio”.
Esta definición tiene numerosas implicaciones, pero la que quiero resaltar aquí es un detalle que pudiera pasar desapercibido para unos cuantos. Si la psicoterapia, no importa cuál sea su orientación teórica, es una conversación para el «cambio», ha de suponerse que dicho cambio es posible, por lógica. Hay visiones de la conducta pesimistas, pero al terapeuta le quedan mal esos ropajes oscuros de filosofías y teorías cerradas, en las cuales la conducta o no es modificable o lo es por muy poco y con mucho esfuerzo.
Si la terapia es una conversación para el cambio, dicho cambio es posible, así que toda terapia surge de una visión optimista de la mutación, de la transformación del ser humano, de otro modo tiene poco sentido recibir pacientes. Escuchar quejas eternas, sin la posibilidad de darles un fin con algún tipo de intervención, es un sinsentido. De hecho, los pacientes van al psicólogo porque creen que ese cambio es posible y tienen la confianza en que dicho cambio puede ser facilitado u orientado por el profesional de la conducta.
El punto de partida de cualquier psicoterapia es, pues, cierta actitud de optimismo, que surge tanto de la experiencia del profesional como de la ciencia que estudió. Una actitud opuesta nos descalifica y nos convierte en pared, en gente que supuestamente escucha, entiende o ayuda: discos duros cargados de un software de autodestrucción.