Poco y ordenado: las nuevas psicoterapias

Entre las más de quinientas psicoterapias disponibles hoy día, las hay con fuerte, mediano o débil fundamento científico. Entre ellas, algunas tienen una finalidad muy específica de atender un trastorno y nada más —depresión, ansiedad, etc.—, mientras que hay otras mucho más abarcadoras.

A mi entender, las que han surgido en los últimos años, como el Mindfulness o la ACT —Acceptance and Commitment Therapy—, se parecen mucho a la manera en la que trabaja Marie Kondo, la japonesa que se hizo famosa por su método de ordenar los espacios del hogar y la oficina. Kondo suele vaciar por completo los espacios de sus clientes, saca todo lo que hay en las habitaciones, en las gavetas, en las cocinas, en los libreros y, luego, poco a poco, objeto por objeto, va decidiendo cuáles de aquellos trastes despiertan en sus clientes felicidad y cuáles no. Los objetos de la felicidad vuelven a la casa y, los que le son indiferentes o le traen amargura, se depositan en cajas para regalarlos a otras personas, para tirarlos a la basura o venderlos. Así, objeto por objeto, lo que se queda en casa es solo y únicamente aquello que proporciona felicidad.

Las terapias actuales, que como todas las anteriores responden a las preguntas sobre la naturaleza del ser humano, qué lo enferma y cómo se sana, entienden que somos entes orientados hacia su felicidad, lo que nos enferma son la acumulación, los excesos y el desorden; lo que nos sana es despojarnos de tales excesos, de lo que nos estorba, `para quedar livianos por dentro y por fuera, con lo verdaderamente importante. Y, no sólo quedarnos con eso poco, sino que tales emociones, pensamientos y conductas obedezcan a un orden. Lo poco y el orden, eso sana.

Cierto o no, con ciencia de por medio o no, las ideas que establecen son atractivas y vale la pena ponerlas a prueba.

¿Qué modelo de terapia debiera seguir?

El Doctor Jorge Morillo, a quien escuché este fin de semana, es claramente un terapeuta que asumió el modelo psicodinámico creado por el Doctor Sigmund Freud. Pero hay muchos otros modelos de terapia igual de eficientes.

Se afirma que existen más de 500 modelos terapéuticos y que ninguno es mejor que el otro porque, según arrojan las estadísticas, todos conducen a lo mismo. Unos enfoques se centran en patologías muy específicas, pero la mayoría se aplica a casi todo.

La diferencia fundamental, a mi entender, es el tiempo que les toma ayudar a los pacientes a mejorar. A unas les toma unas sesiones más, a otras menos. Esos modelos terapéuticos se pueden reunir en los siguientes grupos:

  • Psicoanálisis
  • Terapias Humanistas
  • Terapias Conductuales
  • Terapias Cognitivas
  • Terapias Sistémicas
  • Terapias de Tercera Generación

La mayor parte de las terapias actuales pues, pueden encontrarse encerradas en una de estas tradiciones y todas pretenden responder tres preguntas fundamentales: qué es el ser humano, porqué enferma y cómo podemos sanarlo.

            No todos podemos ni debiéramos asumir el psicoanálisis como modelo terapéutico. Diré por qué. En casi todas las escuelas de psicología del país se insiste en el psicoanálisis y es normal que nos inclinemos por ahí, por ese patrón, pero sucede que de las terapias podemos decir lo mismo que de las expectativas y escalas sociales: ni todos debiéramos hacer una carrera universitaria, ni todos debiéramos casarnos, ni todos debiéramos tener hijos. Generalizar siempre ha hecho daño porque borra, de plano, las diferencias y aptitudes individuales.

          Hay terapias muy estructuradas y otras que lo son menos o no lo son en absoluto. Pongo dos ejemplos y diré por qué es importante tener esto en cuenta. Luego de que el paciente nos cuenta lo que le sucede y, al guardar silencio, espera que nosotros hagamos algo al respecto, lo que entra en juego son nuestros conocimientos, nuestra inclinación terapéutica. Si somos psicoanalistas, esperaremos a que se desvele, por asociación libre, el inconsciente de la persona; pero si somos terapeutas cognitivos a la manera de Aaron Beck, estaremos haciendo, con el paciente, un proceso con unos pasos muy fijos, uno por uno, hasta llegar al final. Lo que se hace en una terapia estructurada es educar al paciente para que la entienda y se adapte a ella.

            Si somos personas distraídas es recomendable dominar al menos una terapia estructurada, porque nos dará orientación y nos dirá qué hacer en cada momento. Si no lo somos y tenemos la capacidad de estar muy atentos, entonces una terapia poco estructurada nos irá bien. Las terapias sin estructura requieren, además, mucha creatividad, porque hay que ingeniarse el camino a seguir en cada momento.

Otras maneras de dar con nuestro enfoque terapéutico son las que siguen:

  • Estudiándolos, por supuesto, para obtener las tres informaciones importantes que nos brindan, su visión de los seres humanos, de las patologías y las soluciones que aportan, para luego ver con cuáles nos identificamos.
  • Separando aquellas que nos ayudan a mejorar, en lo personal, de las que no. Muchas terapias hacen tanto énfasis en lo teórico y científico, que descuidan aspectos prácticos y técnicas que ayudan a implementarlas.
  • Experimentando —con el debido permiso y la previa explicación al paciente—, poniéndolas en práctica y evaluando, luego, los resultados. Así sabremos a ciencia cierta qué nos viene bien y qué ayuda a sanar a nuestros pacientes.
  • Revisando la literatura científica y evaluando cuáles terapias suelen ser eficientes en unas determinadas patologías.

Terapeutas e influencers

La importancia de ser buenos psicoterapeutas la podemos entender desde otra perspectiva. Hace poco me dijo una abogada, quejándose de la gente y de los medios de comunicación, que todo el mundo se creía o quería ser abogado y que por eso vivían opinando sobre leyes sin tener un título para ello. Yo me reí para mis adentros porque, pensé, si hay una profesión de la que todo el mundo habla, creyéndose que son profesionales en dicha área es la psicología

Todos los influencers; todas las cuentas de Instagram famosas, incluidas las de actores y actrices de renombre; todos los periodistas, hasta los presidentes viven diciéndonos a través de sus medios lo que, según ellos, nos hace felices, nos sana de la depresión, de las fobias, de la ira. Y no es que no puedan hacerlo ni tengan el derecho de hablar, es que hasta proponen planes de acción, terapias.

Si en una consulta recurrimos a las mimas maneras, mañas, recursos y costumbres de toda esa masa de personas populares —para lo cual tienen el derecho, repito. Y que, debemos admitir, en ocasiones ayudan—, no estaremos haciendo nada bueno por nadie. La manera de diferenciarnos de todos ellos es a través de un profundo y serio conocimiento de psicoterapia, del modelo o los modelos que sean, porque será la psicoterapia la que nos permitirá ayudar a los pacientes a generar un cambio en sus vidas.  

Qué no es la psicoterapia

La psicoterapia, sin importar sus bases teóricas, no es:

            — Una plataforma desde la que le digo a los demás lo bueno, lo sabio, la maravilloso que soy, porque es el espacio en el que el otro, el paciente, tiene el papel principal.

            — Un lugar en el que le hago saber al paciente que está muy mal, sólo porque no piensa ni actúa como lo hacemos nosotros.

            — Un espacio al que traigo experiencias de mi pasado, anécdotas de mis abuelos o de algún familiar para darle lecciones de vida al paciente. Las experiencias que importan, en el momento de la terapia, son las del paciente, no las del terapeuta.

            — Un lugar en el que puedo tender una red para enamorar a las o los pacientes, encantándoles con verborrea para crear la ilusión de que somos «inteligentes», atractivos. En terapia, se ayuda al paciente a cobrar libertad, a asumir su libertad, no se les encierra en nuestras prisiones para, como consecuencia, hacerlos más infelices.

            — Un espacio en el que creo un balance respecto a los complejos que tengo, porque me creo feo, delgado, gordo, imperfecto, insuficiente. Por eso el terapeuta debe hacer terapia a su vez, debe conciliarse con lo que es, debe sanar. No se requiere ser perfectos para ayudar a los demás, pero sí es obligatorio cierto nivel de autoconocimiento que le permita, de vez en cuando, evaluar sus intenciones frente a la indefensión de los pacientes.

            — Un lugar en el que le hago saber a los demás que yo sé mucho, y que puedo casi adivinar sus pensamientos y en el que puedo presumir por ello. Si todavía la gente común cree que los psicólogos son hechiceros, adivinos o gurús, es porque muchos terapeutas siguen vendiendo esa idea. Simplemente dejemos en claro que no vemos ni el futuro ni el pasado y que, para ayudar, esas habilidades extrasensoriales no se necesitan.