
Entre las más de quinientas psicoterapias disponibles hoy día, las hay con fuerte, mediano o débil fundamento científico. Entre ellas, algunas tienen una finalidad muy específica de atender un trastorno y nada más —depresión, ansiedad, etc.—, mientras que hay otras mucho más abarcadoras.
A mi entender, las que han surgido en los últimos años, como el Mindfulness o la ACT —Acceptance and Commitment Therapy—, se parecen mucho a la manera en la que trabaja Marie Kondo, la japonesa que se hizo famosa por su método de ordenar los espacios del hogar y la oficina. Kondo suele vaciar por completo los espacios de sus clientes, saca todo lo que hay en las habitaciones, en las gavetas, en las cocinas, en los libreros y, luego, poco a poco, objeto por objeto, va decidiendo cuáles de aquellos trastes despiertan en sus clientes felicidad y cuáles no. Los objetos de la felicidad vuelven a la casa y, los que le son indiferentes o le traen amargura, se depositan en cajas para regalarlos a otras personas, para tirarlos a la basura o venderlos. Así, objeto por objeto, lo que se queda en casa es solo y únicamente aquello que proporciona felicidad.
Las terapias actuales, que como todas las anteriores responden a las preguntas sobre la naturaleza del ser humano, qué lo enferma y cómo se sana, entienden que somos entes orientados hacia su felicidad, lo que nos enferma son la acumulación, los excesos y el desorden; lo que nos sana es despojarnos de tales excesos, de lo que nos estorba, `para quedar livianos por dentro y por fuera, con lo verdaderamente importante. Y, no sólo quedarnos con eso poco, sino que tales emociones, pensamientos y conductas obedezcan a un orden. Lo poco y el orden, eso sana.
Cierto o no, con ciencia de por medio o no, las ideas que establecen son atractivas y vale la pena ponerlas a prueba.