Probablemente ha escuchado acerca de las bicicletas en Holanda, de sus más de 30,000 kilómetros de vías exclusivas para andar en ellas. También, quizás, algo referente a la intensa preocupación que hay en numerosos ciudadanos dispersos por el mundo de dejar una huella verde en el planeta -o no dejar ninguna-, de no contaminar, de no contribuir con las emisiones de CO2 ni la creación de basura plástica; de no tragarse el planeta en las próximas dos o tres décadas, como se augura, al ritmo que vamos y haciendo lo propio de los más burdos seres animados.
En el extremo opuesto a estos seres humanos estamos nosotros, los habitantes de esta isla tan, pero tan mediocre, que celebramos la noticia de que un banco de prestigio nacional ha concedido crédito para que tres mil vehículos nuevos se integren al parque vehicular, como que en la tierra el espacio para almacenar nuestros desperdicios es infinito, como que las calles que segmentan nuestras ciudades dan para más vehículos todoterreno que parecen mansiones andantes.
Ya quisiera yo integrarme al puñado de dementes que, en contra de toda esta marea gigante de idiotas que solo viven para presumir posesiones ridículas a las que no sobrevivirán, andan a pie o en transporte público a donde quiera que van, aunque pudieran codearse con los que exhiben el lujo de un vehículo europeo. Con esos que promueven consumir los productos locales, andar descalzos, comprar lo mínimo, desligarse de la dictadura de los bancos; tenerlo todo cerca, el colegio de los niños, el mercado popular, el trabajo, el parque y la residencia para no contribuir a la quema irracional de más combustible fósil, con esos quisiera yo compartir vecindad. Pero, he aquí que, en esta pseudonación, inscribir a mis hijas en la escuela que tengo cerca de casa sería un acto más irracional que el de montarme en mi carro y llevarlas a un colegio que me cuesta muchísimo más y me queda a una hora de camino, por el solo hecho de que la formación que en ella se ofrece es tan deficiente, que daría lo mismo dejarlas en la casa, alienadas con la televisión. Llevar las niñas en transporte público es lo mismo que no llegar o acostumbrarme a recostar la cabeza en la axila de algún individuo. De tener la dicha de vivir cerca del colegio de las niñas, tampoco sería prudente llegar caminando. ¡Oh!, ¿y si me asaltan?
Amigo, yo, con toda razón los critico, pero tengo que admitir que, a mi pesar, soy un idiota más de los envenena esta tierra que una vez fue habitable. Por eso me verá usted en mi carro formando parte de la interminable cola de vehículos que taponan las avenidas, aburrido, enojado, malgastando mis horas y el dinero que gano y los recursos del planeta. Yo, que estoy como los demás, merezco también que siembren en mi cabeza esa planta de carbón que iniciaron en el sur para detrimento de la economía nacional, la destrucción de la capa de ozono y el aumento de los gases que contaminan la atmósfera.