Esta mañana bajaba a la ciudad y vi filas en varios bancos y supermercados. Todavía hoy, varios meses después de declarada la pandemia que en este año los medios masivos han decidido promover -se dice poco de la pandemia del hambre por la que mueren millones de niños cada año, por ejemplo-, la gente sigue haciendo cadenas humanas, una detrás de la otra como eslabones de una cadena triste y nefasta. Las filas nos dicen muchas cosas de los humanos, como que hay objetos masivamente codiciados o necesitados, como el alimento del cuerpo o el dinero que permite comprarlo. Las filas son uno de los inventos malditos de los dioses pequeños, de esos a los que les parece que, al menos que se sufra de alguna condición de edad o de salud, el primero en llegar será el primero en salir.
Las filas, sin embargo, son algo odioso y nos dicen que no tenemos control sobre lo que nos hace falta, que eso de lo cual devienen la salud, la felicidad, la satisfacción, la saciedad, el bienestar está centralizado y lo manejan unos pocos. Las filas nos dicen que la libertad, en este mundo al que hemos llegado y al que seguimos sosteniendo con creencias obsoletas, es una ilusión. Mi conclusión es simple, si hay que hacer filas, mi tiempo es excrecencia y mi libertad, otra mentira más de la Matrix.