La madre quedó decepcionada con la luna. Su cara oculta, en realidad, no ocultaba nada. Los mismos montones de piedra, la misma esterilidad en toda su circunferencia. Cuando se posaron sobre una roca monumental, Eduardo, intuyendo lo que pensaba, le dijo:
– No ves nada porque estás buscando humanos. Incluso en tus sueños estás viendo la realidad con los ojos que traes pegados a la cara. Los ojos solo sirven para evitar que te tropieces y poco más.
La madre estaba impresionada con la sabiduría del niño. Pero tampoco le extrañaba. Aprender era una acción temporal, y donde Eduardo estaba no transcurría el tiempo ni había un espacio. Todo estaba como sabido, como fruto que colgaba de un árbol y bastaba con alargar la mano para poseerlo. Quizás por eso cayó en la cuenta de que estaba, por ratos, pensando. Pensando en medio de un sueño, mientras su mente descansaba sobre la almohada, al lado de su esposo. Si ella no estaba pensando con su mente, también podría ver sin ella, razonó.
No mucho después, la madre comenzó a ver una multitud de seres blancos de seis extremidades que se paseaban por todos lados. No, prestando mejor atención, notó que no eran blancos sino fosforescentes, que se encendían como antorchas ante el menor indicio de luz.
Eduardo la guió por en medio de plazas y casas de arquitectura imposible. Edificios con ondas que se sostenían al revés, violando cualquier principio gravitatorio. Llegaron a una casa de modestas dimensiones y, sin pedir permiso ni tocar la puerta, entraron. Eduardo saludó.
– Melester. Aquí estamos.
De detrás de una estantería repleta de envases de cristales multicolores, salió un individuo que no era de aquella especie, sino de una muy parecida a la humana.
– Es hermosa, Eduardo. Te felicito por la madre que tienes.
– Melester sigue siendo ciego, como cuando estuvo vivo, mami. -le explicó Eduardo-. Como hace con todos, Melester te ha visto el alma, por eso el cumplido.
El anfitrión los hizo pasar y les pidió que se acomodaran en una sala mientras los dejaba solos por unos instantes.
– Es como yo -continuó diciendo Eduardo-, pero ha recibido una misión especial aquí en la luna, porque tiene una habilidad única y, además, ayuda a esta especie en su proceso evolutivo -Eduardo la tomó de la mano-. Gracias por hacerme este favor, mami.
La madre le sonrió. ¿Qué cosa no haría por su hijo, aunque fuera en sueños?
Melester volvió a la sala y, luego de pedir que se levantaran, tomó una mano de Eduardo y otra de la madre. En ese instante, el niño posó su espíritu en el cuerpo onírico de quien lo concibió. Eso le permitió llegar al otro lado, ese en el cual el padre descansaba del trabajo y del sufrimiento diarios. Cumpliendo su deseo, con los brazos de su mamá, Eduardo lo abrazó; con sus labios le dijo miles de veces papi, hasta que el día llegó y devolvió cada ser a su realidad.
Wao! Impresionante!!!!
💙
💔 Así se siente uno el corazón cuando lee sus escritos.
Y no me canso de leerlo y sentirme tan bien, tan triste y tan feliz a la vez.. Te felicito!