Soy psicólogo y, como tal, deseo darle al presidente entrante un manojo de consejos que le permitirán conservar la cordura.
- Tener una puerta de escape. El nuevo presidente debe planificar desde ya, su muerte presidencial, su salida del palacio, y hacerlo de una manera firme y honesta. Debe hablar con su familia, sentarla, decirles por cuánto tiempo piensa ser presidente y comprometerse con ellos en que así será, independientemente de las circunstancias que le sobrevengan. Deberá decirles que estará mucho tiempo ausente, pero que será una situación con fecha de vencimiento -¡ojalá que no sean más de cuatro años!- y que no intentará aferrarse al poder. Esto último debiera jurarlo y hasta firmarlo. En un libro de John Steinbeck, “República busca rey”, un personaje le comenta al otro de los peligros concernientes a las posiciones de poder. Le comenta que el poder ciega, que es venenoso y maligno, pero otro de los personajes le corrige y le dice que el problema no es el poder en sí, sino el temor a perderlo. De modo que el nuevo presidente debe ser un guardián celoso de lo que va sintiendo, para que no se deje embargar por el miedo a desprenderse de la silla presidencial. Mostrarse como una persona desprendida le otorgará dignidad, no será una caída de una posición de superioridad a una en la que no se le respetará ni se le valorará. El temor a perder el poder conduce a una locura muy especial, una en la que la suspicacia se apodera de nuestra razón, en la que vemos traidores en cada despacho y en la que empezamos a cometer crímenes para, luego, justificarlos con mentiras.
- No olvidar cuál es su esencia. Esto equivale a jamás confundir el auténtico ser -el verdadero Luis- con el título presidencial, el cual es pasajero y el tiempo, quiérase o no, se llevará. Lo que hubo antes del día de hoy, es su verdadero ser y lo que habrá después también. Como en el caso anterior, es una “locura” -a los psicólogos no nos gusta usar esa palabra, pero a veces no tenemos más remedio para que se nos entienda-, confundir el yo verdadero con el título de momento. Esto, que parece una estupidez, no lo es cuando vemos que, luego de muchas horas en las que escuchamos a todo el mundo bajar la cabeza y casi besar la mano al tiempo en que dice “Señor Presidente”, nos vamos sintiendo a gusto con las demostraciones de respeto. Saberse Luis, padre, esposo, amigo, le protegerá de creerse superior, mejor y más que los demás.
- Dormir. Jamás podrá gobernar, y hacerlo bien, si no descansa. Pero para descansar deberá llevar a la cama la satisfacción de haber hecho lo correcto y haber llevado las cosas a un mejor destino, aún cuando no se haya podido alcanzar un nivel esperado de perfección. Esto quiere decir que para no reventar como un globo deberá ser, antes de nada, honesto, de otro modo, aunque viva usted cincuenta años más, con el auxilio de un sinfín de médicos y aparatos especiales y costosos, será una persona miserable en su fuero interno. Por eso me dan lástima los que salen forrados en millones del gobierno después de desfalcar sus arcas, pues nunca dejarán de arrastrar la pesadilla de lo mal hecho.
- Silencio y soledad. Se verá rodeado de todo, de gente de bien y de lobos vestidos de ovejas. Pero, claro, ante usted casi todos se presentarán como ovejas ya que así es como la mayor parte de los humanos nos acercamos a los que sustentan el poder. Así, sin dignidad. Ante cualquier inquietud o problema deberá consultar a sus asesores, pero las decisiones importantes las toma el corazón en silencio. No es el ruido, no. No son las campanadas de las diez o miles de voces que lo sacudirán. Búsquese su espacio en el que le respeten su silencio y su soledad, para que allí aflore la verdad del corazón, que otra no hay.
- Comunicación. Usted deberá ser el gran maestro de la comunicación. No es sólo que deberá hablar en los momentos oportunos, es que deberá hacerlo bien, es decir, sin dejar demasiados espacios para las doble interpretaciones. Y esto es especialmente cierto cuando, desde la oposición comiencen a hacerle críticas que, desde luego, vendrán y serán inevitables, pues en una democracia todo el mundo tiene su espacio, hasta el que solo busca hacer daño y difamar. Para comunicarse bien deberá separar los ataques que le hacen a su persona de los que le hacen a sus acciones -o decisiones-, que no es lo mismo. Por lo regular, los idiotas son los que atacan directamente a la persona y a estos no hay que hacerles mucho caso, porque lo hacen para lastimar el yo y motivar las reacciones violentas. No les escuche. Pero hablando de comunicación, aquí le digo algo que para mí es importante: gobernará para todos, pero a quien se deberá dirigir -no exclusivamente, por supuesto-, a quien deberá dar explicaciones convincentes es a la clase media -educada y consciente- que lo llevó a donde está usted ahora. Esa gente que veíamos hablar con tanta propiedad, con ideas tan sólidas y con argumentos tan certeros; esos jóvenes que se veían levantaron pancartas en la Plaza de la Bandera y en todos los parques y monumentos de los distintos municipios; esos que hicieron uso de sus redes sociales para criticar el descaro, la soberbia, la corrupción y la impunidad. Esos serán sus oyentes más fieles y esos serán los que lo destituirán si no llena sus expectativas.
- Objetivos realistas. Comprométase únicamente con cumplir objetivos que pueda materializar. No tienen que ser obras gigantescas y suntuosas. No todo tienen que ser megaproyectos. No se meta esa presión. En este país, con tener un gobierno de gente honesta -que no ROBE-, nos sentimos más que satisfechos. Claro, otras cositas importan, como usted mismo adelantó en su discurso. Ojalá pueda hacer todo eso. Pero lleve las cosas a buen ritmo, poniéndose metas alcanzables, planteando etapas, segmentando los grandes propósitos en pequeños y humildes éxitos cotidianos. Esto se lo digo para que no se vuelva “loco”. Para mí lo ideal es no plantearse objetivos que superen los cuatro años y, en esa ventana temporal, hacer cuanto se pueda sin pretender concluirlo todo.
- Delegar. Delegar libera. Delegar es bueno. Casi todos hablan muy bien del actual presidente del Salvador. Soy uno de ellos, pero este señor se está casi convirtiendo en un Cristo. Aparece en todo, lo inaugura todo, habla por todos, se quita la palabra hasta a sí mismo. Y está haciendo muy buen trabajo, pero por el solo hecho de acaparar tanta atención sobre su persona está haciéndose daño. Asuma como quehacer cotidiano lo que le toca hacer como gobernante y no cargue con las responsabilidades de los demás. Esto también lo salvará de la “locura” y de tener que pelearse con todo el mundo tratando de justificar sus acciones.
- Ya que estará rodeado de gente, que sea gente de bien. En otras palabras, si puede elegir con quiénes codearse, escoja gente que tengan sus mismos valores. No importa que fulano tenga tantos títulos académicos otorgados por una universidad extranjera, si no posee un código de ética similar al suyo, estará sembrando futuros dolores de cabeza. Los que están acostumbrados a hacer y cerrar negocios lo saben muy bien, el que hace tratos con gente que no tiene sus mismos valores termina pagándolo caro.
- Confiar. Suponemos que ha tenido tiempo suficiente para elegir a las personas que lo representarán en los distintos ministerios. Algunos harán bien su trabajo y, otros, no tanto. Pero eso es lo normal. A estas alturas lo habrá de saber de sobra. Esto no quiere decir que, en lo adelante, se obsesionará con darle seguimiento al trabajo ajeno, con pedir cuentas a todos, con hacerse de un cuerpo de fisgones profesionales para que le revelen los secretos de los demás. Deje esa paranoia para los dictadores, ya suficiente tiene usted con llegar a su despacho y ver un fajo de papeles que esperan su firma. Le vendrá mejor confiar en su gente y, si alguno se excede en sus funciones, destitúyalo de inmediato y coloque a otro en su lugar.
- Stress. El estrés es una palabra elástica y se presta para mucho, porque la hemos relajado, porque ha pasado de boca en boca y, en ese rodar, se desgastó. Yo se la voy a traducir a la dominicanidad: estrés es querer ponerse muchos zapatos cuando se tiene, tan solo, un par de pies. De ahí podrá deducir que, para evitarlo, basta con centrar su atención en un solo asunto a la vez hasta resolverlo o pasarlo a aquel que pueda prestarle la debida atención hasta conseguirlo. Haga una sola cosa a la vez y conclúyala. Con esa simple fórmula -evidentemente reduccionista-, conservará su salud mental.
Estimado Señor Presidente, le deseo lo mejor. Le deseo paz y salud mental.