
El ejercicio de la psicología me ha permitido ayudar a pacientes en todas las etapas de la vida, con una diversidad de malestares amplísima. Acompañar a las personas en sus procesos de dolor enseña mucho al terapeuta, y una lección que toma tiempo aprender es la siguiente:
No existe la vida perfecta, pero sí la mejor vida posible.
Esto es importante tenerlo en cuenta porque tanto el terapeuta como el paciente pueden hacerse la idea de que, en el proceso de sanación, su vida se verá libre de todo problema. Y no es así.
Los hijos seguirán cometiendo errores;
las parejas volverán a fallar, dejando ver sus vicios, sus debilidades;
nosotros mismos volveremos a tropezar con la piedra que nos llevó al psicólogo.
Porque la vida es eso—en parte—, un baile cotidiano con la imperfección. Por eso las expectativas pueden ser cargas horribles, estorbos insostenibles que nos impiden asumir las cosas como nos vienen.
El perfeccionismo es un coqueteo con la muerte, porque solo la muerte disuelve todos los obstáculos. En el fondo, el que siempre espera que todo se cumpla según sus expectativas y sea perfecto, lo que quiere es morirse.
Siendo imperfectos, pues, extraña que aún sigamos esperando el gobierno perfecto, al presidente perfecto o la carrera perfecta.
¿Quién puede controlar lo que sucede en un recorrido de 103 kilómetros de distancia? ¿Quién puede asegurar que no asalten a un corredor, que se haga trampas, que llueva o que haga sol o que caiga un rayo? ¿Quién puede quitar todas las piedras que, durante el camino, pudieran hacernos tropezar y lesionarnos? Nos cuenta el Chamo —José Ángel— que, en una carrera de trillos, el corredor tiene un 99% de posibilidades de caerse y lesionarse. ¿Es posible bajar el riesgo de lesión al número cero?
Sí, no participando.
La carrera de ayer, los 100km Non Stop, con sus imperfecciones, fue la mejor carrera posible, como puede existir la mejor pareja posible, el mejor hijo posible o la mejor vida posible, sin ser perfectos.
Es mentira que los grandes maratones del mundo no tienen fallas. Todos los años las tienen, pero las saben ocultar.
¿El año “malo” de una carrera?
Creo que ninguna carrera debiera suspenderse porque tenga un año “malo”, porque el año “malo” no existe, lo que sí existe es la mejor carrera posible dentro del conjunto de condiciones que la vida propició, con un clima determinado, con unos ayudantes con problemas financieros o maritales, con unos patrocinadores que prometen y, a veces, no cumplen; con unas camisetas que llegaron tarde, con unas tiras de señalización que un desconocido quitó.
La vida es así; las carreras también.
Lo peor que puede pasar en una carrera es esto:
Lesionarse.
Sin embargo, el hecho de que un atleta se lastime, en la mayor parte de los casos, no depende de los organizadores del evento. A veces ni del corredor mismo. Es algo que sucede.
La vida es así.
El Endurance del Higüero debiera continuar. La Olla de Presión debiera hacernos sudar otra vez. Estos 100km Non Stop que acabamos de cerrar, por igual. Kathy, Munné, Mariluz, el Chamo, Jonás debieran entender que son héroes. Héroes imperfectos. O sea, humanos. Que sus carreras siempre serán imperfectas, pero serán, sin duda,
Las mejores carreras posibles.