Ahora también resulta que hay viernes negros y que, en los mismos, los precios con los que el comercio marca sus productos, se desploman. Al parecer, según esas leyes que rigen esa cueva platónica a la que llaman mercado, nada desea tanto el ser humano como adquirir los bienes que anhela al menor precio posible. Eso lo desea más que ser feliz porque, vamos, todo el mundo lo sabe, la felicidad es consecuencia directa de la posesión de lo deseado, cuando lo que era ajeno se convierte en mío, porque si no, ¿cómo pudiéramos explicar que toda esa gente ande detrás de tantas cosas como las que hoy se producen y con esa vehemencia propia de los que temen por su vida? ¿O habrá tanta gente estúpida y tan fácil de manipular por los medios y esos habilidosos titiriteros publicistas? Díganme, ¿en qué se ha convertido el ser humano que ha oscurecido un viernes del año y sale en masa a cargar objetos tras la espalda como hormigas granos de arroz? Algún experimento de esos secretos tuvo éxito y se descubrió cómo devolver al hombre a etapas preracionales de su desarrollo. Alguien que me lo explique mejor.