En el año 1976, un analista político y editor de nombre Norman Cousins publicó un artículo en una revista de prestigio científico internacional, la New England Journal of Medicine. En este artículo, el señor Cousins comunicó la manera en que pudo sobrevivir a una enfermedad incurable. Los médicos le dieron 1 posibilidad de entre 500 de curarse, sin embargo, Cousins logró sanar completamente. ¿Adivine cómo? Pues, riéndose.
Cousins dedicó unas importantes horas de su día a ver películas de chistes y pudo calcular que, ver diez minutos de este género cinematográfico, le proporcionaba dos horas de sueño profundo sin sentir dolor.
Los científicos supusieron que el cambio de humor en el señor Cousins logró cambiar la química interna de su organismo, logrando que sanara por completo. Si esto es así, estamos ante una de las medicinas preventivas y curativas más poderosas y de fácil acceso para todos. No puede ser de otra manera. Una persona amargada, de mal genio y semblante; una persona de pocos amigos bloquea lo bueno que puede producir su organismo, mientras que aquel que ríe y sabe divertirse, le dice a su cuerpo que todo está de maravilla y el cuerpo se lo cree.
El COVID-19 puede no tener buen humor, pero nosotros sí podemos cambiar el nuestro para bien. Al reírnos, al contarnos cosas que nos muevan las tripas y las mandíbulas, activamos una respuesta positiva y optimista en todo nuestro ser.
La apuesta por la felicidad no debe tener condiciones. La enfermedad que se tiene o la que pudiera venir no son un obstáculo, si nos lo proponemos, para reír un poco más. El mal se va, cuando el mal se aproxima con una sonrisa.
Durante la cuarentena, si vas a ver algún programa, que te haga reír, y verás todo lo bueno que la risa te aportará.